Es
un absurdo siquiera mencionar la palabra paz en un país donde sus
habitantes están sometidos de manera violenta a los dictámenes de
fuerzas extranjeras, en un Estado invadido, masacrado, ocupado y
expoliado durante siglos por dos potencias invasoras.
En un pueblo sometido a un proceso de colonización, como es el caso nuestro, la reacción ante tal situación es lenta y costosa.
Lenta
por la ventaja que adquiere el imperialismo en un proceso de
aculturización sistemático en el plano político. El poder político de
las potencias ocupantes es, al día de hoy, muy superior al del pueblo
subyugado. Para ello debe necesariamente contar con la colaboración de
elementos indígenos, autóctonos para poder llevar a cabo su empresa
delictiva. Es por ello que la respuesta del pueblo ocupado tiene que
dirimirse en el campo de la política.
La
política es el proceso por el cual el uso de la fuerza coercitiva es
legitimado, es el arte y/o la ciencia de perseguir objetivos en función
de la fuerza que uno dispone. Es una ciencia más, y como todas las
ciencias tiene sus propias reglas. Una de ellas es el saber medir en
cada momento los fines establecidos con los medios disponibles. El
romper este axioma conduce directamente al fracaso por parte del grupo
que comete el error.
Ahora bien, desde
el momento que consideramos de que existe un pueblo ello indica que
dispone de un poder, mucho o poco, mejorable o no, eso lo ira indicando
su capacidad de regeneración del poder político. Un pueblo se define por
su poder, o chocas o no chocas con él, si te lo encuentras es porque
existe.
Costosa por la cantidad ingente de esfuerzos empleados para tan poco resultado a lo largo de estos últimos siglos.
Es
un absoluto despropósito constatar cómo se ha ido desangrando este
pueblo mientras su objetivo de recuperar la libertad arrebatada se va,
en paralelo, alejándose cada vez más. Ello se lo debemos a la falta de
estrategia que impera en el país desde la pérdida de nuestra
estatalidad, cuando fue invadido, destruido y aniquilado nuestro ente
soberano.
La
absoluta incapacidad de los líderes que dicen pretender la liberación
de su pueblo pero que no hacen nada para ello nos ha llevado a la
situación actual. Los pocos resortes de poder que aún conservamos no se
los debemos a ellos sino al propio pueblo que en condiciones totalmente
adversas mantiene todavía encendida la llama de libertad. Mientras,
desde los aparatos que se han puesto "al frente del proceso de
liberación", diseñados en la práctica para frenar la capacidad popular,
el fair-play con el enemigo es la única vía que nos proponen. Intentan
aleccionarnos en el sentido de que toda salida a esta situación de
opresión nacional se resolverá por la vía del pactismo, del encaje
dentro del sistema del ocupante, de la "desactivación necesaria" de la
fase de la resistencia, de que no existen ya enemigos bélicos sino
contrincantes políticos en pie de igualdad, de que la capacidad de
respuesta del ocupado es intrínsicamente mala, nociva, e innecesaria,
achacándole todos los males y haciéndole culpable de que no se pueda
llegar a una situación de "normalidad". De que hay que democratizar a
los estados dominantes para luego poder mendigar parcelas de poder
delegadas por estos. De que la independencia es una "opción más". Llegan
incluso hasta querernos hacer creer que las instituciones actuales,
hechas a medida de los invasores, por los invasores y lógicamente, para
los invasores, son instrumentos válidos para emanciparnos de ellos, cómo
si el enemigo nos iba a poner a nuestra disposición herramientas que
nos permitan librarnos de él.
Con
este "bagaje ideológico", evidentemente, nos conducen a tener que
aceptar la "legalidad vigente" con toda normalidad, ser partícipes y
agentes activos de la legitimización de la actual situación de opresión y
ocupación a la cual somos sometidos por la fuerza de las armas. El
tener que tomar parte en unas instituciones no solamente extranjeras
sino que ilegales en nuestros territorios. Dos potencias ocupantes no
pueden nunca ser consideradas legales al igual que todas las leyes que
emanan de ellas en territorios que no son suyos. Sabedores de ello los
imperialistas manejan los hilos a sus anchas consiguiendo erosionar y
debilitar, sin dar tregua, los resortes de poder que aún perviven en el
campo de los ocupados. Sometidos al chantaje continuo llegamos incluso a
contemplar con profunda tristeza cómo los "lideres" de este país acuden
al parlamento de los ocupantes con un "plan" soberanista y son la mofa y
el hazmereír no solamente de España sino de toda Europa. Cuando los
ocupados piden a gritos al invasor que les vuelvan a "legalizar" y
readmitir en un sistema al que dicen combatir. Cuando se exige el
traslado de los presos vascos, encarcelados por culpa de la acción
delictiva de Francia y España en los territorios de Nabarra, a prisiones
"vascas", dando por entendido de que tienen que seguir siendo
encarcelados en las mazmorras de los ocupantes. Cuando nos apremian de
que aquí existen varias "sensibilidades" y exigen todos los derechos
para todos, poniendo al mismo nivel al agresor (el ocupante) y al
agredido (el ocupado). Cuando nos quieren liar con la falsa separación
entre derechos nacionales y sociales cuando en realidad los derechos
nacionales constituyen los derechos sociales siendo los derechos
sociales constituyentes de los derechos nacionales. Cuando los ocupados
somos llamados a ser recaudadores de los impuestos en beneficio de los
ocupantes para perpetuar por más siglos la ocupación. Ellos, los
imperialistas, siendo como son, de una voracidad sin limites, pedirán
más y más pruebas de sumisión y nosotros, los ocupados, acabaremos
desapareciendo como pueblo, seremos borrados de la historia. Esa
desaparición esta programada por la naturaleza misma y el funcionamiento
de los aparatos de guerra de los estados ocupantes.
Para
que este panorama tan sombrío, desolador y estremecedor no se convierta
en una realidad sin vuelta atrás habrá que obrar en el único campo en
el que se puede dar solución a lo aquí expuesto: en el terreno de la
política. Hay que resistir, dejar de colaborar con el imperialismo desde
hoy mismo, dejar de hacer lo que no nos conviene, organizarnos. Tenemos
que reactivar una institución propia, no emanada de la legislación del
ocupante, una Autoridad Nacional, un gobierno propio, para todos los que
nos consideramos ocupados. No nos sirven los partidos políticos
inscritos en el ministerio del interior de Francia y España, que además
de no tener ninguna legitimidad se convierten en "familias" que sólo
piensan en sus intereses de partido, sumidos en la infraestrategia y la
sub-política, incapaces o no deseosos de tener una visión global del
país al que dicen defender. Conseguiremos la unidad de este pueblo sólo
si la insertamos dentro de una estrategia política. No hay otro camino,
sin estrategia política no puede ni tiene porque haber unidad. Quien
tiene que liderar este proceso es el mismo pueblo, reactivando sus
instituciones propias, las que considere necesarias y pausibles en una
situación como la nuestra: la de un Estado ocupado.
Parafraseando
a Antonio Maceo Grajales, general del ejercito mambí frente a Arsenio
Martínez Campos, General de las tropas ocupantes españolas en cuba en el
año 1878: "No habrá paz sin la independencia de Cuba!". Fue la
"Protesta de Baraguá" frente al "Pacto del Zanjón" donde el resto de
generales del ejercito mambí aceptaron la "paz" a cambio de convertirse
en una autonomía de España. Trasladándonos a los territorios ocupados
del Estado de Nabarra: pnv, sortu, ea, eta y demás fuerzas autonomistas
se han situado claramente en Zanjón.
Nuestra
victoria sin embargo anida en lo más hondo de este pueblo, que al igual
que Antonio Maceo Grajales, lleva en su interior el espíritu innato de
Baraguá.